lunes, 24 de febrero de 2014

Vigésimo tercera carta: un café con raíles...

 "Próxima estación Bellvitge", llevaba tiempo sin sentir esa agradable sensación que se tiene cuando viajamos. Esa sensación de querer llegar ya al destino, de recorrer esos nuevos caminos que se nos abren, de aprender nuevas historias y nuevos conocimientos, de sentir nuevos sabores y olores y observar nuevas vistas. En definitiva, de descubrir otro mundo.

Es temprano, el sol entra por los cristales creando un clima muy cálido, agradable, perfecto. Mi café, sentado a un lado, se va removiendo con el vaivén del tren, movimiento que, como en la mecedora, alimenta las ganas de soñar. Así que, sin dudarlo, ambos decidimos empezar a disfrutar.

El paisaje corre veloz a nuestro lado, no quiere dejar a los ojos de los viajeros sin nada que observar. A cada lado, campos con denominación de flores muy poco valoradas por su aspecto, pues su belleza esta en su interior, en su sabor, pero aún así, para mí, son igualmente bellas.

Poco a poco voy acercándome a mi amado mar y me voy alejando de los llanos, llegamos a la costa del Garraf. La pequeña costa brava de Barcelona, o así la veo yo. Macizos de cierta altitud que bañan sus pies y sus faldas en el gran salado, mientras observan las estrellas en la noche y los amaneceres en el nacer de un nuevo día. Como les envidio.

Es curioso como en este tramo, el trayecto me recuerda el viaje que hace el hilo de la aguja, a través de la tela. Voy de túnel en túnel, de la máxima claridad a la noche, alternancia que parece querer coser las vistas para que no se marchen. Cuanta belleza.

Llegamos a Garraf, pero esta vez al pequeño pueblo lleno de magia. Su encanto añejo lo hace así, mágico, especial, y todo gracias al cobijo de la piedra, de la montaña, que lo protege y lo mantiene en su esencia.


Seguimos cosiendo y se que pronto llegaré a mi destino, Sitges ya quedo atrás. Pero no me entristece, sé que pronto podré descubrir un nuevo mundo. Conoceré nuevas culturas, costumbres, pensamientos y personas que indirectamente, sin saberlo, me harán mas persona a mi también. Es por ello, que siempre les estaré agradecido y es por ello que me siento tan bien, porque quien te tiende una mano siempre es amigo, porque quien no pide siempre recibe, y yo sin pedir me siento el hombre mas afortunado del mundo, porque el mundo siempre me ofrece algo por descubrir, cafés para leer, destinos a los que viajar y nuevas vistas que observar, haciéndome mas humano y mas feliz.