Generalmente suelo escribir estas
cartas en mi ordenador, sentado en algún café, de los que como digo yo, te
llaman, te invitan a entrar, a sentarte y a simplemente sentirte bien, pero
claro, no estoy en mi ciudad, Barcelona, ni tengo mi portátil, ni siquiera
tengo ganas de escribir, pero qué demonios... Si en mi anterior carta la idea
era empezar una semana en domingo, esta podría ser la desorientada.
Hoy me siento como esta carta,
desorientado. Es cierto que me siento bien, estoy en Madrid por vez primera y
reconozco que me parece una gran ciudad, una ciudad en la que el traje se
convierte en algo normal, pero en la que se esconden lugares tan curiosos y
encantadores como la calle Huertas.
Me gusta esa calle, donde en cada
esquina aproximadamente se puede leer una frase en el suelo. Es genial! A pesar
de todo, estoy seguro que muchas personas pisan a diario esas letras sin darse
cuenta de lo que en ellas se dice, pero si alguien como yo lo ha leído, alguien
más lo hará. De hecho, ha sido el leer lo que me ha traído a esta calle en cuyo
inicio se ve grabado en el suelo una gran frase que dice lo siguiente:
"¿no se lee en
este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee? Esa breve
dudilla se me ofrece por hoy, y nada más. Terrible y triste me parece escribir
lo que no ha de ser leído..."
Carta a Andrés
Mariano José de Larra
Que grandes palabras hay en este
mensaje.
Pero bueno, tal y como ya hice en
la anterior carta, quiero acercarte el lugar en el que me encuentro. El garito
en cuestión no es grande, es bastante recogido, pero muy curioso. En su cartel,
una frase marca un positivo y divertido sentido de la vida. Dentro, paredes de
piedra y ladrillo, mezclados con una columna de color negro, una de hierro en
forma de viga y algo parecido al pie de una farola. Mesas y barra de madera
oscura con el tablero lleno de arte, igual que sus paredes.
Desde luego, Miranda tenía que
ser una gran chica, diría que una persona inteligente, aunque algo bohemia,
además de muy hermosa por dentro y por fuera.
Al entrar solo un chico en la
barra, tomando un periódico y leyendo un café. Me cruzo con una chica que sale,
quizás vaya al trabajo, son ya las nueve en punto de la mañana.
Poco a poco, van apareciendo en
escena otros personajes secundarios en mi película, principales de las suyas.
En la esquina opuesta a mí, una
pareja toma un té en silencio. El piensa. Ella lee. Ambos crecen seguramente. A
mi izquierda tres mesas. Una familia que o bien acaba de aterrizar o hoy se
despiden de esta ciudad tal y como yo haré en unas cuantas horas. Sus maletas
me lo cuentan. Un poco más al fondo, otra familia, esta vez extranjera, me lo
demuestran sus rubios cabellos, sus ojos azules y sus cacófonas palabras ante
mis necios oídos. Justo a su lado, una chica con cara de sueño y un croissant
pidiendo ser comido, acompaña a un chico con americana de aire retro. Para él
un zumo de naranja y un diario mientras observa como el café va alegrando la
mirada de su compañera.
Sigue entrando gente y el hilo
musical que al principio se escuchaba, poco a poco se desvanece entre las
conversaciones del gentío y el ruido de la cafetera, que estresada no para de
trabajar.
Es curioso, he parado cinco
minutos para buscar la mejor manera de acabar con este segunda carta, y estoy
desorientado. Pero al mirar a mi alrededor, reflexiono y me doy cuenta de que
da igual donde estés, da igual donde te encuentres, vayas donde vayas, si estás
perdido, simplemente déjate seducir por un bar y tómate un café.
Lo que ocurra después, eso
tendrás que descubrirlo tú.