lunes, 21 de mayo de 2012

Segunda carta: un café desorientado...

Generalmente suelo escribir estas cartas en mi ordenador, sentado en algún café, de los que como digo yo, te llaman, te invitan a entrar, a sentarte y a simplemente sentirte bien, pero claro, no estoy en mi ciudad, Barcelona, ni tengo mi portátil, ni siquiera tengo ganas de escribir, pero qué demonios... Si en mi anterior carta la idea era empezar una semana en domingo, esta podría ser la desorientada.
Hoy me siento como esta carta, desorientado. Es cierto que me siento bien, estoy en Madrid por vez primera y reconozco que me parece una gran ciudad, una ciudad en la que el traje se convierte en algo normal, pero en la que se esconden lugares tan curiosos y encantadores como la calle Huertas.
Me gusta esa calle, donde en cada esquina aproximadamente se puede leer una frase en el suelo. Es genial! A pesar de todo, estoy seguro que muchas personas pisan a diario esas letras sin darse cuenta de lo que en ellas se dice, pero si alguien como yo lo ha leído, alguien más lo hará. De hecho, ha sido el leer lo que me ha traído a esta calle en cuyo inicio se ve grabado en el suelo una gran frase que dice lo siguiente:
"¿no se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee? Esa breve dudilla se me ofrece por hoy, y nada más. Terrible y triste me parece escribir lo que no ha de ser leído..."
Carta a Andrés
Mariano José de Larra
Que grandes palabras hay en este mensaje.
Pero bueno, tal y como ya hice en la anterior carta, quiero acercarte el lugar en el que me encuentro. El garito en cuestión no es grande, es bastante recogido, pero muy curioso. En su cartel, una frase marca un positivo y divertido sentido de la vida. Dentro, paredes de piedra y ladrillo, mezclados con una columna de color negro, una de hierro en forma de viga y algo parecido al pie de una farola. Mesas y barra de madera oscura con el tablero lleno de arte, igual que sus paredes.
Desde luego, Miranda tenía que ser una gran chica, diría que una persona inteligente, aunque algo bohemia, además de muy hermosa por dentro y por fuera.
Al entrar solo un chico en la barra, tomando un periódico y leyendo un café. Me cruzo con una chica que sale, quizás vaya al trabajo, son ya las nueve en punto de la mañana.
Poco a poco, van apareciendo en escena otros personajes secundarios en mi película, principales de las suyas.
En la esquina opuesta a mí, una pareja toma un té en silencio. El piensa. Ella lee. Ambos crecen seguramente. A mi izquierda tres mesas. Una familia que o bien acaba de aterrizar o hoy se despiden de esta ciudad tal y como yo haré en unas cuantas horas. Sus maletas me lo cuentan. Un poco más al fondo, otra familia, esta vez extranjera, me lo demuestran sus rubios cabellos, sus ojos azules y sus cacófonas palabras ante mis necios oídos. Justo a su lado, una chica con cara de sueño y un croissant pidiendo ser comido, acompaña a un chico con americana de aire retro. Para él un zumo de naranja y un diario mientras observa como el café va alegrando la mirada de su compañera.
Sigue entrando gente y el hilo musical que al principio se escuchaba, poco a poco se desvanece entre las conversaciones del gentío y el ruido de la cafetera, que estresada no para de trabajar.
Es curioso, he parado cinco minutos para buscar la mejor manera de acabar con este segunda carta, y estoy desorientado. Pero al mirar a mi alrededor, reflexiono y me doy cuenta de que da igual donde estés, da igual donde te encuentres, vayas donde vayas, si estás perdido, simplemente déjate seducir por un bar y tómate un café.
Lo que ocurra después, eso tendrás que descubrirlo tú.

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