Voy de camino a casa. Música
positiva, sol y mis ojos siempre vigilantes, uno mirando mis pasos, el otro mirando
mi corazón. Pero de pronto, algo llama mi atención, y quizás por juegos del azar,
caprichos del destino o simplemente por no disponer de tarjeta de transporte, no
haber encontrado en mi camino ninguna bicicleta pública en las estaciones y gracias
a la sincronización de los semáforos, me hayo aquí.
Es maravilloso sentir que
algo, por alguna razón, llama la atención de nuestros sentidos y nos brinda la oportunidad
de descubrir otro mundo paralelo a esta ciudad que de tanto en tanto, incluso me
fascina. En este caso, es la sencillez y la belleza de la madera rustica lo que
detiene mi marcha. Observo desde fuera durante unos segundos, y sin saber porque,
medio minuto más tarde tengo un café esperándome.
Soy sincero cuando digo que
las cartas del café salen de invitaciones de los lugares donde se escriben, pero
es cierto que en muchas ocasiones, no es que sean escritas el día que veo el lugar,
si no que al ver la magia de un punto, acuerdo una cita para escribir la próxima
carta, pero en el caso de hoy, tal y como ha ocurrido con algún otro lugar generalmente
especial, no puedo irme. Me ha enamorado.
El lugar es mágico y sé que
lo tendré en mi lista de lugares a los que deseo volver en breve y eso que prácticamente
me acabo de sentar, de hecho, espero que este café se convierta, como dice su nombre,
en "le pain quotidien" de mis semanas.
Al entrar, todo es madera
de aire rústico con un color cálido. Una vitrina muestra la variedad de productos
de los que disponen y con los que las papilas empiezan a hacer de las suyas. Lo
tengo claro, un café con leche para empezar.
Me siento y todo es paz. Suena
música clásica de fondo, la cual, parece que quiera abrazar nuestros problemas,
hasta dejarlos dormidos haciéndonos sentir libres. Todo parece dulce, agradable
y fresco, y aunque es difícil sorprender a alguien con un café con leche, aquí desde
luego lo han conseguido, de hecho, me parece maravilloso que el café me lo pongan
en un tazón de color rojo intenso, que además, en mi caso, me recuerda aquellos desayunos
que se hacia mi abuelo, las sopas de leche las llamaba. Que maravilloso.
Es como si el café fuera una
máquina del tiempo que, en mi caso, me lleva a algún pequeño pueblo de la Francia
tradicional y rural... Aún recuerdo cuando fui por vez primera a ese país... El
silencio, la tranquilidad y la limpieza impregnaba las calles...
Ahora si lo puedo afirmar,
este lugar habla. En su interior, todo emana calma, la verdad es que uno no
puede dejar de sentirse bien aquí, a pesar del continuo vaivén de la gente, el
silencio y la tranquilidad no dejan de estar presentes, y es que para comunicar,
no nos hacen falta palabras, para comunicar solo necesitamos transmitir, y de hecho
todo nos transmite, constantemente sentimos emociones que nos harán sentir a gusto
o no, y no hará falta palabra alguna.
Me acabo de fijar en una pareja
de turistas que a pesar de no entender lo que dicen, amablemente se han ofrecido
a aconsejarme, qué debo tomar la próxima vez que venga. Comen un gofre belga, cubierto
de trozos de fruta fresca y que solo por su aspecto debe de ser algo delicioso en
el paladar. Ya estoy deseando volver a por uno.
Estoy seguro que para cualquiera
que venga, sentirse feliz no será nada difícil, todo lo que transmite es harmoniosamente
bello y tranquilo, invita al ruido, a la tensión, al estrés a quedarse fuera, para
que podamos regalarnos unos minutos, o en el caso de que dispongas de más tiempo,
unas horas, de una sensación increíble y un café orgánico con sueños de máquina
del tiempo.
Yo por desgracia debo despedirme
ya de este precioso lugar que Barcelona me regaló, no sin antes devolverle una sonrisa
a modo de gracias y un deseado hasta pronto a modo de despedida.
Hasta pronto...
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