sábado, 16 de marzo de 2013

Duodécima carta: un café "Rouge"...

Si bien, la vida nos regala, en ocasiones, grandes momentos de felicidad rodeados de aquellas personas que nos hacen sentir especiales, permitiéndonos sentir una gran sensación gratificante. No obstante, a veces esa felicidad también la encontramos en algún punto concreto de este maravilloso mundo.
Voy de camino a casa. Música positiva, sol y mis ojos siempre vigilantes, uno mirando mis pasos, el otro mirando mi corazón. Pero de pronto, algo llama mi atención, y quizás por juegos del azar, caprichos del destino o simplemente por no disponer de tarjeta de transporte, no haber encontrado en mi camino ninguna bicicleta pública en las estaciones y gracias a la sincronización de los semáforos, me hayo aquí.
Es maravilloso sentir que algo, por alguna razón, llama la atención de nuestros sentidos y nos brinda la oportunidad de descubrir otro mundo paralelo a esta ciudad que de tanto en tanto, incluso me fascina. En este caso, es la sencillez y la belleza de la madera rustica lo que detiene mi marcha. Observo desde fuera durante unos segundos, y sin saber porque, medio minuto más tarde tengo un café esperándome.
Soy sincero cuando digo que las cartas del café salen de invitaciones de los lugares donde se escriben, pero es cierto que en muchas ocasiones, no es que sean escritas el día que veo el lugar, si no que al ver la magia de un punto, acuerdo una cita para escribir la próxima carta, pero en el caso de hoy, tal y como ha ocurrido con algún otro lugar generalmente especial, no puedo irme. Me ha enamorado.
El lugar es mágico y sé que lo tendré en mi lista de lugares a los que deseo volver en breve y eso que prácticamente me acabo de sentar, de hecho, espero que este café se convierta, como dice su nombre, en "le pain quotidien" de mis semanas.
Al entrar, todo es madera de aire rústico con un color cálido. Una vitrina muestra la variedad de productos de los que disponen y con los que las papilas empiezan a hacer de las suyas. Lo tengo claro, un café con leche para empezar.
Me siento y todo es paz. Suena música clásica de fondo, la cual, parece que quiera abrazar nuestros problemas, hasta dejarlos dormidos haciéndonos sentir libres. Todo parece dulce, agradable y fresco, y aunque es difícil sorprender a alguien con un café con leche, aquí desde luego lo han conseguido, de hecho, me parece maravilloso que el café me lo pongan en un tazón de color rojo intenso, que además, en mi caso, me recuerda aquellos desayunos que se hacia mi abuelo, las sopas de leche las llamaba. Que maravilloso.
Es como si el café fuera una máquina del tiempo que, en mi caso, me lleva a algún pequeño pueblo de la Francia tradicional y rural... Aún recuerdo cuando fui por vez primera a ese país... El silencio, la tranquilidad y la limpieza impregnaba las calles...
Ahora si lo puedo afirmar, este lugar habla. En su interior, todo emana calma, la verdad es que uno no puede dejar de sentirse bien aquí, a pesar del continuo vaivén de la gente, el silencio y la tranquilidad no dejan de estar presentes, y es que para comunicar, no nos hacen falta palabras, para comunicar solo necesitamos transmitir, y de hecho todo nos transmite, constantemente sentimos emociones que nos harán sentir a gusto o no, y no hará falta palabra alguna.
Me acabo de fijar en una pareja de turistas que a pesar de no entender lo que dicen, amablemente se han ofrecido a aconsejarme, qué debo tomar la próxima vez que venga. Comen un gofre belga, cubierto de trozos de fruta fresca y que solo por su aspecto debe de ser algo delicioso en el paladar. Ya estoy deseando volver a por uno.
Estoy seguro que para cualquiera que venga, sentirse feliz no será nada difícil, todo lo que transmite es harmoniosamente bello y tranquilo, invita al ruido, a la tensión, al estrés a quedarse fuera, para que podamos regalarnos unos minutos, o en el caso de que dispongas de más tiempo, unas horas, de una sensación increíble y un café orgánico con sueños de máquina del tiempo.
Yo por desgracia debo despedirme ya de este precioso lugar que Barcelona me regaló, no sin antes devolverle una sonrisa a modo de gracias y un deseado hasta pronto a modo de despedida.
Hasta pronto...

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