lunes, 2 de diciembre de 2013

Vigésimo primera carta: un café con luz tenue...

Nada más ver las luces navideñas de los cristales de este café no dudo ni un segundo en cambiar mi rumbo y dirigirme apresuradamente a ver este nuevo lugar. Sin duda, si algo llama mi atención merece mi tiempo, y una vez dentro descubro que fue una excelente inversión.
Hago mi pedido, algo sencillo, un café con leche. En él, la amable camarera dedica unos segundo a decorarlo haciendo un simple dibujo en la espuma de la leche a modo de hoja, al verlo no puedo evitar una sonrisa y una mirada agradecida, que será intercambiada de una misma combinación de gestos.
Me siento.
El lugar no es especialmente sofisticado, pero como ya he dicho otras veces, la sencillez no tiene nada que envidiarle al diseño vanguardista. Desde dentro, puedo observar toda la calle, todo es cristal en lo referente a las dos paredes exteriores, está situado en la esquina de una callecita peatonal con Numancia, así que el tráfico de ésta tampoco afecta a su encanto. Los ventanales están decorados con esas especie de cortinas de luz tenue de navidad, adorno sencillo pero de extrema belleza.
Dentro las mesas son de madera vieja sin pulir, las sillas todas de hierro, de aspecto antiguo y con muestras de uso en el pasado. Las hay verde claro y las hay naranjas. Al fondo una mesa grande con la misma tonalidad de verde que las que le rodean. Detrás una estantería sencilla, donde bebidas, cajas y botes la llenan haciéndole ser una despensa a la vista. Me gusta, eso le da un toque más humano al local.
La luz del ambiente es tenue y tranquiliza, aunque lo que armoniza, calma el momento es sin duda es la música. Músicas de entre los 50 y los 60, pausadas de tempo y llenas de buen ritmo, que parecen suavizar y ralentizar todo.
Nada más entrar sabía que había una carta en este nuevo café, quizás por eso solo he puesto el azúcar y dado un único sorbito para notar un sabor suave y cremoso, antes de ponerme escribir. Voy a dar otro sorbo… mmmm
Una pareja se marcha, otra más joven entra, dos señoras me acompañan en la mesa situada a mi espalda y hablan en un tono suave, distendido, alegre. Para ellas, la misma comanda que la mía, para la pareja un café con leche y un zumo de naranja. Gente que entra y que sale, piden café, piden zumos y piden SándwiChez, y como creo que este lugar merece la pena tomárselo con calma y disfrutarlo, yo quiero disfrutarlo escribiendo un poco.
Bien sé que el silencio que mis manos atesoraban ha sido demasiado largo o quizás simplemente era que nada les había motivado para poder expresarse, para decir aquello que querían decir…, en cualquier caso, me gusta que haya sido aquí y me gusta sentir las emociones que estoy sintiendo en este café.
No dejo de sonreír, quizás por el lugar, el momento y el contexto que me rodea… y es que para mí es un contexto positivo, no lo sé. Quizás porque últimamente ha habido sorpresas y cambios en mi entorno que han ido haciéndome más feliz o quizás haya sido porque día a día las nuevas personas que conozco me van enseñando que la felicidad a veces es saber apreciar el tiempo. Que es este, el que determina nuestra verdadera felicidad. Que el tiempo es el que determina cuan felices somos, puesto que de nosotros dependerá siempre cuanto le queremos dedicar a lo negativo y cuanto le queremos dedicar a lo positivo. Quizás por ello yo siempre soy feliz con lo que hago porque dedico mi tiempo a aquello que creo positivo y eso hace que lo que hago sea lo que quiero hacer y no dudo en disfrutar con ello.

Más gente que entra, más cafés, zumos, y SanwiChez para todos. Más gente que quizás no haya tenido un buen día, que quizás haya sufrido alguna desgracia, pero gente que ahora, en el mismo instante en el que yo vivo este maravilloso momento, quieren regalarse un poco de paz y de tranquilidad y disfrutar de un poco de tiempo positivo para sonreír sencillamente porque sientan una verdadera felicidad.

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