Duermo poco, el despertador ha sonado y mis ojos se resisten
a abrirse y cegarse con el sol que cada vez calienta más aún a pesar del frío
que hace fuera.
Salgo, corro, me estreso, me comprimo, salgo, corro y al fin
llego a mi destino. Hoy me toca práctica. Estoy en proceso de sacarme ese
carnet muy deseado no solo por la comodidad en el trayecto, sino también por la
necesidad de ser yo quien dirija mis ventanas.
Salgo de mi práctica y delante de mí, La Federal. Llevo tiempo
queriendo estar en este café pero debido al gran ajetreo por ambas partes, el
del lugar y el mío propio, no me lo había podido permitir.
El lugar a esta hora es muy cálido, tranquilo, con mucha
luz, en cambio, en la noche es diferente, se convierte en un lugar más movido,
urbanita, mas como un pequeño distrito federal lleno de lugares elegantes y diversión
en ambiente tranquilo. A pesar de ello, en ambos casos, siempre hay dos
características que me llamaron la atención. En primer lugar, el espacio es
compartido, todo el mundo comparte una gran mesa central ubicada en el centro,
aunque hay que decir que tampoco es algo obligatorio ya que también tienen
algunas pequeñas mesas. El segundo aspecto, sus ventanas, grandes, altas. Sus
ventanales hacen que todo el local esté abierto a la calle, incluso en su
interior donde hay una galería decorada siempre y por la que también entra luz
diurna. Al entrar, la sensación es la de estar viendo el mundo desde una
burbuja donde la paz reside y desde la que todo se ralentiza.
No obstante, además de contar con esos ventanales, es en los
días más cálidos en los que además de disfrutar de sus vistas, se convierten en
más espacio para sentarse y para compartir con quien quiera compartirlo.
la música suena suave y tranquila, no sé quién es el grupo,
pero me recuerda a Bon Iver, música muy relajante, muy tranquila. Me
transporta.
Para decorar hay unos jarrones colocados en línea y de
colores variados, todos ellos con flores de colores ocres y tornasol, como
imitando reflejos del oro y el cobre. Además, una selección de calabazas de lo
más curiosa en colores y formas, que hacen de divisoras del espacio en la gran
mesa, entre mis desconocidas compañías, sus almuerzos y mi desayuno y yo.
Arriba el bar continúa aunque yo no lo vea, los cafés que
suben y bajan en manos de la amable camarera me dicen que debe haber otro
espacio que también tiene sus ventanales seguro.
Quizás sea yo que veo algo en los lugares sencillos o quizás
sea el recurso fácil pero no dejo de ver que un espacio sencillo es sin duda el
lugar perfecto para mí, es sin duda el lugar en el que fluyo sin sentir presencia
de la agobiante obligación o de la espada de Damocles sobre la cabeza, fruto de
nuestros trabajos, familias, problemas, ritmos de vida...
Ventanales, ventanas y calabazas más tarde, me confirmo a mí
mismo que el mundo es belleza, por mucho que a veces ni nuestra mente entienda el
sentido verdadero de la palabra, el mundo es bello cuando nos paramos a observarlo,
es bello cuando vemos como fluye arrítmico en particular y armónico en su
conjunto.
El mundo no está para enseñarnos su lado cruel, solo está
delante de nuestros cruel o maravilloso y positivo punto de vista. A pesar de
que nos digan que debemos cambiar el mundo, cambiarlo es lo que el ser humano lleva
haciendo siglos, quizás, y solo quizás, deberíamos plantearnos el dejarlo en su
estado natural, y cambiar el cómo lo vemos y entendemos, cambiar el pensamiento
dominante por el pensamiento global y altamente empático para con él y quienes
estén en el. Puede que sea lo más acertado si queremos preservarlo, e incluso
puede ser que podamos sacarnos las vendas y ver la auténtica esencia de la
belleza... su libertad.
Mientras tanto, yo seguiré intentando fluir y observando desde mi ventana sin ganas de someterlo a mi deseo, imagen ni semejanza.
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