lunes, 9 de marzo de 2015

Vigésimo séptima carta: un café con pan y chocolate

Hace ya casi tres años que esto del blog se inició sin ningún fin en concreto y sin saber hasta cuando seguirá teniendo vida. Recuerdo que fueron las ganas de empezar un proyecto personal diferente lo que me hizo escribir la primera de las cartas, y todo ello motivado e ideado por dos grandes amistades madrileñas a las que siempre les prometo una visita que muy a mi pesar parece no llegar. Esta vez me comprometo a hacer que llegue.
A pesar de todo, cada vez que veo el número de visitas que tengo, me asombro al ver que siguen subiendo, aunque, evidentemente poco a poco debido a mis pocas publicaciones, y que son ya más de seis mil las personas que por error, por azar, por mi pesadez en las redes sociales, por curiosidad o simplemente porque les gusta lo que leen entran a formar parte de ese pequeño motor que sigue rodando y que me mantiene cerca de la palabra...
Hoy la tarde huele a harina y pan recién horneado, todo es madera clara y mucho movimiento. Dentro dos ascensores dan acceso a este extraño hotel con más pinta de "boulangerie" que de otra cosa. Al fondo, diferentes espacios comparten el salón al lado de una cristalera que da a la cocina donde se procesan cada uno de los panes que tienen en su mostrador. Desde luego el olor por la mañana debe de ser digno del cielo. Gente que vienen en busca de su dosis de cereales hacen cola mientras yo observo la bollería de aspecto increíble. Me toca pedir..., y sin dudar, me fio de toda esa gente anónima que veo. Pido una hogaza de pan de cereales y un chocolate a la taza.
Que recuerdos cuando de pequeño tocaba esa combinación para merendar. Pan con chocolate. Siempre era la combinación perfecta de igual si era bollo, Viena, barra, molde..., o si el chocolate era negro, con leche, con avellanas, blanco (mi favorito por cierto),... Después de aquella merienda... daba igual el mundo, solo podía ser un mundo lleno de color y de felicidad...
Volviendo a la historia inicial, y disculpándome por la locura que debe suponer para vosotros, los lectores, el seguir leyendo mis textos llenos de viajes en el tiempo y de idas y venidas de mi cordura, es asombroso para mí como aún de tanto en tanto hay quien me agradece alguna de las palabras que he dicho o puesto en estas cartas, algo  que me asusta ya que el poder de la palabra gracias, para mí, está al alcance de muy pocas cosas en la vida, por ello, me hacéis sentir muy dichoso por poder recibir ese gran regalo y por ello, os quiero dar las gracias. Es lo mínimo.
El chocolate es negro y amargo, pero aún teniendo azúcar, me gusta esa amargura mezclada con cada uno de los frutos secos que voy encontrando en cada mordisco. La combinación es sabrosa y deliciosa. Aquí, como en algunos de los cafés que ya he descrito, también existe una mesa compartida, en la que me acompañaba un hombre con su ordenador de manzana y un joven con gafas de sol, las cuales no se ha quitado en todo momento a pesar de estar en un espacio con una luz tenue y cálida.

Vuelvo a desconectar y reconectar... y ya ni sé si quiero hablar del delicioso chusco, del oscuro y amargo tazón, del lugar, de agradecimientos o de que, lo que sí tengo claro es que espero poder seguir disfrutando de muchos cafés, espero seguir compartiendo los espacios con el mundo y espero seguir recibiendo mucha riqueza de aquellas personas que vean en las palabras que escribo algo que les haga, por lo menos, sonreír.

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